Cuidado con la ciencia

El gobierno de Estados Unidos ha lanzado un ambicioso programa de ajuste del gasto público dirigido por el multimillonario Elon Musk, conocido por sus negocios en inteligencia artificial, vehículos eléctricos y el sector aeroespacial.

Su plan incluye recortar las subvenciones para ciencia básica en un 30% durante los próximos tres años. Agencias como los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés)  y la Fundación Nacional de Ciencias (NSF, por sus siglas en inglés)  verán reducciones presupuestarias, y los proyectos “carentes de aplicación inmediata” perderán prioridad.

Además, los investigadores solo podrán dedicar el 15% de sus becas a “gastos no justificados”, un recorte significativo respecto al 30-70% actual. 

Si bien “recortar gastos no justificados” puede parecer algo lógico, lo cierto es que estos gastos injustificados suelen ir destinados a cosas como el alquiler, las facturas de electricidad y las necesidades comunes como mantenimiento de equipos, estabularios, etc. En resumen, un dinero que se destina básicamente a mantener los laboratorios funcionando – y que, probablemente, también incluyan algún que otro despilfarro y/o opípara cena en Le Bernardin.

Entonces, ¿el 70% es demasiado?

Haciendo cuatro número básicos, vemos que la asignación media de costos indirectos en Harvard es del 69%, del 67.5%  en Yale y del 63.7% en Johns Hopkins. Obviamente no tengo ni idea de qué nivel de despilfarro se da en esas universidades, pero entre las tres suman 83 premios Nobel, lo que parece indicar que algo de ciencia sí hacen.

En Europa, la Universidad de Cambridge aplica una media del 60%, y no parece que les vaya mal: son la institución con más premios Nobel del mundo,124. Eso sí, parece que la ciencia estadounidense podría ser más eficiente: desde 2007, Yale + Stanford + J.H. han producido 8 premios Nobel con un gasto combinado estimado de 50.000 millones de dólares, mientras que Cambridge ha producido 11 con 8.000 millones, y el Consejo Europeo de Investigación ha producido 14 con 37.000 millones. 

Aunque es una comparación injusta, aceptamos que el gasto en USA se puede, y se debe, racionalizar.

Pero el argumento de Musk y sus seguidores es que la investigación con verdadero valor encontrará financiación en el sector privado

“¿Puedes creer que las universidades con decenas de miles de millones en donaciones estaban desviando el 60% del dinero de las becas de investigación para ‘gastos generales’?”, escribió en X el 7 de febrero.

La argumentación sostiene que pasar la carga financiera al sector privado empujará a los investigadores a desarrollar soluciones demandadas por el mercado en lugar de perseguir ideas esotéricas sin un objetivo comercial claro.

¿Podemos optimizar el gasto en investigación científica? Seguro que sí. ¿Debe el sistema científico estar enfocado principalmente en objetivos prácticos y dejarse de historias sin aplicación clara? Absolutamente, 100% no. Y me atrevo a afirmar que esta teoría es preocupantemente miope para alguien con poderes políticos tan absolutos.

La historia está llena de lecciones inequívocas: algunas de las mayores revoluciones tecnológicas no empezaron como proyectos comercialmente viables, sino como una idea aleatoria, a veces absurda, nacida de la pura curiosidad intelectual. 

¿La tecnología CRISPR (y la mayor parte de la genómica moderna)? A alguien se le ocurrió averiguar por qué el trasero un insecto hacía luz. ¿La vacuna contra el COVID, el ADN forense? Empollones buscando bacterias en un geyser de Yellowstone. ¿El nacimiento de Genentech, adquirida por Roche por 46.000 millones de dólares? Investigación aleatoria sobre el ADN recombinante en la década de 1970.

Permítanme extenderme:

Luciérnagas: un regalo accidental para la ingeniería genética

En la década de los ochenta, un equipo de científicos estudiaron las luciérnagas, fascinados por cómo su capacidad para crear luz. Pura curiosidad… hasta que aislaron la luciferasa, la enzima responsable de la bioluminiscencia y uno de los avances más importantes en investigación genética.

Cuando se inserta en el ADN de células u organismos, el gen de la luciferasa permite a los científicos identificar la actividad de un gen midiendo la luz emitida, y permitió, por primera vez, detectar la expresión de los genes en tiempo real, sin tener que abrir las células para hacerlo.

El gen de la luciferasa se convirtió así en uno de los marcadores biológicos más útiles jamás descubiertos, y aún hoy es una herramienta esencial que permite a los investigadores estudiar el cáncer, la terapia génica e incluso las infecciones virales en tiempo real.

Extremófilos y el nacimiento de la tecnología del ADN

En 1969, un equipo de científicos que trabajaba en las aguas termales de Yellowstone se toparon con Thermus aquaticus, un microbio extremófilo que vive en agua casi hirviendo, y descubrieron que esta bacteria produce una enzima (Taq polimerasa) resistente al calor extremo.

La Taq polimerasa se convirtió en la base de la PCR (Polymerase Chain Reaction), el procedimiento más utilizado para copiar y amplificar el ADN y, posiblemente, la mayor revolución técnica de la genómica moderna. La PCR es ahora indispensable en medicina forense, diagnóstico médico e investigación genética. Durante la pandemia del COVID-19, la PCR fue la tecnología clave utilizada para detectar el virus… y todo gracias al descubrimiento aleatorio de una bacteria en un géiser.

¿El estudio de bacterias en una fuente termal, o el examen del culo de una luciérnaga habrían merecido inversión de los fondos de capital riesgo? Podemos conjeturar un “no” rotundo.

Podemos conjeturar que los recortes de Musk habrían matado la mayoría de la genómica moderna antes de que naciera. O, quizá, la habrían hecho increíblemente cara: podemos desarrollar otras formas de crear un gen bioluminiscente, pero ¿cuánto más fácil y barato es usar el que la Madre Naturaleza nos proporciona tan amablemente?

Y, paradójicamente, podría decirse que estos recortes también habrían matado varias de las empresas de Musk: las baterías de litio que alimentan los coches Tesla, el diseño de cohetes reutilizables de SpaceX o los interfaces cerebro-máquina de Neuralink existen gracias a la investigación básica financiada y realizada por instituciones públicas.

El argumento de que la ciencia debería ser comercialmente viable olvida que, en parte, la ciencia funciona porque permite a algunas personas perseguir ideas extrañas, sin presión financiera inmediata. Si todos los investigadores se ven obligados a perseguir la inversión privada, se verán empujados a proyectos a corto plazo y con finalidades comerciales inmediatas.

Está claro que la ciencia debe producir cosas útiles, pero ¿a quién estamos encargando la delicada tarea de modificar el equilibrio entre la innovación práctica y la creatividad aleatoria en la ciencia? No está claro que un multimillonario megalómano vaya a ser la mejor opción.

Recortar la financiación puede parecer una mejora de eficiencia pero, en realidad, puede matar la innovación. Quítale a los científicos la posibilidad de mirar el trasero de un insecto, y tal vez estés destruyendo la posibilidad de que revolucionen la medicina, la tecnología y el mundo.

Es hora de que entendamos, incluso nosotros, los inversores (que no tenemos corazón), que la ambición monetaria y el ánimo de lucro sirven para lo que sirven, y que la verdadera creación suele venir del tipo de inspiración humana que sólo prospera en libertad.