Las compañías farmacéuticas obtuvieron unos beneficios estimados de 300.000 millones de dólares en 2024. De hecho, las ganancias de la industria farmacéutica han crecido de manera imparable durante más de 50 años, tanto en porcentaje como en números absolutos. Vender medicamentos es más rentable que nunca.
Los fármacos son, de hecho, el pilar de la industria farmacéutica: generan el 75% de las ventas y el 90% de los beneficios (el resto dispositivos médicos, equipos de diagnóstico, productos para el cuidado de la piel, suplementos, etc…). Y, para ser precisos, son principalmente los “blockbusters”, fármacos con ventas anuales superiores a mil millones de dólares: en 2023, 50 productos representaban 600.000 millones de dólares en ventas, aproximadamente el 40% de las ventas totales de fármacos.
Para la industria, estos ‘blockbusters’ son increíblemente lucrativos, con unas ventas medias de 4.000 millones de dólares al año y márgenes del 40%. Para el usuario, son extremadamente caros: por ejemplo, Trikafta, el único tratamiento disponible para la fibrosis quística, cuesta unos 326,000 dólares al año y genera más de 9.000 millones de dólares anuales con márgenes del orden del 90%.
¿Es justificable? ¿Desempolvamos las guadañas y las antorchas y nos acercamos a la sede corporativa más cercana? Curiosamente, la respuesta es no. Estamos de acuerdo con las grandes farmacéuticas en este punto: las matemáticas de la Compensación de Fracasos justifican estos precios astronómicos, que son vitales para la innovación.
Pero eso no significa que las farmacéuticas no hayan hecho nada malo, ni mucho menos. De hecho, tengamos las antorchas a mano; quizá las necesitemos de todos modos.

Gracias por nada, años ochenta
La codicia empresarial desbocada no es precisamente un invento nuevo – basta un vistazo rápido al historial de derechos humanos de la Compañía de las Indias Orientales para confirmarlo – pero la variedad concreta de capitalismo despiadado que conocemos hoy en día tiene sus orígenes en la década de 1980, cuando entregamos el mundo a, justamente, capitalistas despiadados.
El ascenso al poder de Thatcher, Reagan y la camarilla ultraliberal de la Escuela de Economía de Chicago, combinado con la caída de la Unión Soviética en 1991, inauguró la actual era de post-política, donde las leyes de los mercados reinan sin discusión. “No hay alternativa” (“There Is no Alternative, ‘TINA’), como decía la famosa expresión acuñada por Margaret Thatcher.
No pretendo profundizar en los méritos comparativos de las políticas económicas liberales (aunque quizá se note que tengo mi propia opinión), pero una cosa es segura: los ricos se han hecho mucho más ricos desde entonces.

Para la industria farmacéutica, la desregulación de los años 80 inauguró una era de aumento de precios, manipulación de patentes y beneficios empresariales desatados. Entre 2000 y 2016, los precios de los medicamentos en EE. UU. crecieron un 300% (la inflación fue de alrededor del 60%), y un vial de insulina cuesta ahora 14 veces más que en 1996, mientras que los salarios, en el mismo período, se multiplicaron por 2,3. Las leyes de patentes fueron convenientemente modificadas para prolongar las exclusividades, y las compañías farmacéuticas comenzaron a ganar enormes cantidades de dinero.
* La mayoría de estas consideraciones han sido menos extremas en Europa; nuestro rincón del mundo, debido en parte a su muy criticada burocracia y lentitud, no abrazó por completo las políticas ultraliberales y salvaguardó así los precios de los medicamentos. Hoy en día, un mismo medicamento cuesta de media cuatro veces menos en la UE que en USA. Aun así, los márgenes de las farmacéuticas en Europa rondan el 15%, que tampoco está mal.
La Economía de la Compensación del Fracaso: no es codicia, son matemáticas
Por otra parte, desarrollar un nuevo medicamento es un agujero negro financiero. De media, llevar un nuevo medicamento al mercado cuesta alrededor de 2.600 millones de dólares y toma entre 10 y 15 años. Esto incluye el I+D, los ensayos clínicos, las aprobaciones regulatorias y, lo más importante, el dinero que se esfuma cuando un proyecto de medicamento fracasa. Y fracasan muchísimo
Aproximadamente el 90% de los fármacos que entran en ensayos clínicos nunca llegan al mercado. Es decir, nueve de cada diez proyectos de investigación acaban tirando millones de dólares a la basura.
En los últimos diez años, la industria farmacéutica ha perdido un billón de dólares en desarrollos fallidos de medicamentos, y no nos estamos confundiendo con el billón americano (“mil millones”): las pérdidas han sido de un millón de millones de dólares.
Roche, por ejemplo, hundió mil millones de dólares en un medicamento fallido contra el Alzheimer (Crenezumab) en 2022, y otros 500 millones cuando su Semamipod para enfermedad de Crohn no logró mostrar eficacia en fase III. Bristol Myers Squibb perdió 800 millones con el antitumoral BMS-986205, y el Aliskiren de Novartis contra la hipertensión tuvo que ser cancelado debido a problemas de seguridad, enterrando 500 millones.

El costo de esos fracasos tiene que recuperarse de alguna manera, y -probablemente lo habrás adivinado – simplemente se integran en el precio de los medicamentos que sí funcionan. Inflar el precio de los nuevos fármacos permite compensar los costes de los desarrollos cancelados, y hace que las farmacéuticas tengan menos miedo al fracaso. De esta manera, pueden seguir invirtiendo cantidades incalculables de dinero en desarrollos potencialmente inútiles.
Un buen ejemplo de esto son los medicamentos contra el Alzheimer: desde 1998, más de 146 potenciales tratamientos para Alzheimer han fracasado, mientras que solo cuatro han sido aprobados. La tasa de fracaso es fenomenal y, sin embargo, las compañías siguen invirtiendo porque un solo tratamiento exitoso podría generar decenas de miles de millones al año.
Por retorcido que parezca, inflar los precios de los medicamentos es un motor de progreso, ysin esta práctica, la tasa de innovación médica sería mucho menor.
* Los medicamentos cancelados no siempre son una pérdida total para la sociedad: cuando Sanofi tuvo que cancelar el desarrollo del Fexinidazole para la Enfermedad del Sueño debido a cambios regulatorios y de mercado, después de haberle dedicado 350 millones de euro, la empresa donó la investigación a la organización sin fines de lucro DNDi, que continuó los ensayos hasta lograr la aprobación del medicamento. Hoy en día, el medicamento se administra a precio de coste o gratuitamente a pacientes en países endémicos de África como Congo, Chad o la República Centroafricana. ¡Un aplauso para Sanofi!
Hiperinflación de precios: ¿ha llegado el Pharmagedón?
Las compañías farmacéuticas gastan verdaderas fortunas en I+D y necesitan recuperar sus pérdidas; eso es innegable. Pero también es evidente que los gobiernos de todo el mundo están intensificando la lucha contra lo que, cada vez más, parece codicia corporativa desenfrenada.
Por ejemplo: las farmacéuticas gastan 2 a 3 veces más dinero en marketing que en investigación: 800 mil millones frente a 350 mil millones en I+D (y eso si incluimos el dinero gastado en adquisiciones en el cálculo). Una verdad incómoda cuando se argumenta que inflar los precios de los medicamentos es necesario para financiar la innovación.
Veamos el ejemplo de Humira, de AbbVie, uno de los medicamentos más vendidos de la historia. En los últimos 20 años, AbbVie ha gastado aproximadamente 20.000 millones de dólares en I+D… pero 40.000 millones en marketing y lobby. Y no les ha ido mal: Humira generó ventas de 200.000 millones de dólares antes de que finalmente comenzaran a expirar sus patentes. Incluso ahí, los lobistas estadounidenses lograron extender las patentes de Humira 5 años más que en Europa, generando 60.000 millones de dólares más para AbbVie.
O la insulina: descubierta en 1921, es de 8 a 10 veces más cara en USA que en la mayoría de los demás países de altos ingresos. Y gracias a esto, Eli Lilly, Novo Nordisk y Sanofi, las compañías que controlan el 90% del mercado global de insulina, se embolsan cada año entre 60 y 80 mil millones de dólares con un margen del 80%.

Esta situación ha acabado por forzar a gobiernos y reguladores a despertar, y desde hace algunos años están respondiendocon ataquess directos contra los precios de los medicamentos y las prácticas monopolistas.
En EE. UU., las negociaciones de precios de Medicare comenzarán en 2026, lo que permitirá al gobierno estadounidense negociar los precios de los medicamentos por primera vez en su historia, una medida que podría reducir significativamente las ganancias de la industria farmacéutica y sentar un precedente que obligue a la industria a ajustar sus estrategias de precios a nivel mundial.
En el Viejo Continente, los países europeos están reforzando los límites de precios, los reguladores están endureciendo las leyes de patentes y las aprobaciones de biosimilares se están acelerando: se proyecta que el mercado global de biosimilares alcance los 100.000 millones de dólares para 2028, y, a medida que los genéricos reemplacen los productos más lucrativos de las farmacéuticas, los ingresos inevitablemente se reducirán.
Está bastante claro: los días de cobrar 77,000 dólares por año por un medicamento en EE. UU. mientras se vende por 23,000 dólares en Suiza están contados. Las empresas que más dependen de los fármacos ‘blockbuster’ serán las más afectadas, especialmente aquellas con importantes vencimientos de patentes a la vista.
En resumen, las farmacéuticas podrían reducir sus márgenes, dejar de hacer lobby, permitir que los genéricos entren en el mercado (lo que contendría los precios), y gastar menos dinero en marketing. Todo eso aún les dejaría miles de millones de ganancias, y haría que la sanidad fuera mucho más sostenible.
Pero eso no va a pasar, entonces… ¿qué puede hacer un humilde inversor al respecto?
¿Esto es malo para la inversión en Biotech? Para nada.
De hecho, es muy positivo. Además de los problemas con los precios, las compañías farmacéuticas enfrentan una ola de caducidad de patentes en la próxima década (el “patent cliff”). Como muchos medicamentos perderán sus patentes en los próximos 5 años, las farmacéuticas se enfrentan a pérdidas de unos 200.000 millones de dólares, y la opción de presionar a los gobiernos para que les permitan perpetuar sus monopolios parece estar fuera de la mesa.
Por eso, las farmacéuticas se verán obligadas a reforzar sus adquisiciones en biotecnología. En lugar de depender de la I+D interna, seguirán comprando innovación a empresas biotecnológicas más pequeñas y ágiles. La necesidad de la gran Farma de mantener sus beneficios está impulsando una nueva ola de fusiones, adquisiciones y acuerdos de licencias; en 2024 el ritmo ya fue superior al de los seis años anteriores, y la tasa de adquisiciones de startups en 2023 fue la más alta desde 2015.
Con las amenazas a sus beneficios creciendo, la necesidad de innovación de la industria Farmacçeutica está creciendo. Si tienes acciones en startups biotecnológicas con desarrollos clínicos, esto debería ser una buena noticia.

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